sábado, 16 de agosto de 2008

RELATO M1.



Aleksei, no se si atreverme a preguntártelo. Nos conocemos desde hace muchos años y nunca hemos hablado de ello. Aunque compartimos una amistad que va más allá de las armas y nos une como hermanos, siempre he respetado tu silencio y el dolor que te ha acompañado, y permíteme decírtelo, cambiado tu vida. ¿Cómo es posible que los hechos que te ensalzaron como un héroe de la revolución pudieran igualmente hundirte, y no solo tu carrera sino toda tu propia existencia?

Il’ya se quedó mirando fijamente la alfombra que cubría el suelo del salón. Por fin se había atrevido a sacar ese tema sobre la mesa.

- Nunca me he explicado como es posible que aquella condecoración pudiera acabar con tu carrera militar. Nunca pude imaginar que aquello que te ensalzó a ser un héroe para el pueblo ruso, te pudiera hundir de esta forma.

Aleksei se incorporó del sillón de cuero y tomo la copa de cristal labrado mirando fijamente a los ojos del único amigo que había conservado durante todos aquellos años. Aunque entre ellos existía una gran diferencia de rangos pues Il’ya hace tiempo ostentaba en su hombro el sable sobre el bastón y la estrella, la camaradería de los primeros años se mantenía entre ellos. Apurando su kvas se acomodó en el sillón dispuesto a entregar el único secreto que abrasaba su pecho como la punta de una lanza, en un desesperado intento de, finalmente aliviar el dolor por aquel recuerdo.

- Como yo, tú estuviste aquel día en el campo de batalla. Ellos sabían que esta era su última oportunidad pues perdida esta ocasión, perderían también sus vidas, y estaban dispuestos a defenderlas con uñas y dientes. Recordarás que nosotros fuimos en todo momento muy superiores en número y además traíamos la moral intacta y el ideal de la revolución y la patria, prendida en el pecho. Así y todo, la defensa fue encomiable y resistieron nuestros asedios con una entereza y valentía propia de los verdaderos soldados rusos. Uno a uno fueron abatidos nuestros enemigos y una a una fue sesgada la vida de soldados valerosos que defendieron una causa equivocada.

El campo de batalla estaba sembrado de cadáveres y únicamente quedaban pequeños reductos aislados que sin órdenes, defendían sus ya breves vidas. El mando enemigo todavía se mantenía en pie aferrado al estandarte. No más de medio centenar de hombres aguantaban las furiosas cargas de nuestros cosacos, tras las defensas de un caserón. Su captura hubiera sido inminente pues se encontraban rodeados y su salida natural hacia las montañas, rebasada por nuestras tropas.

Se luchaba metro a metro y la sangre lo salpicaba todo. Cuando estábamos a punto de vencer sus últimas fuerzas, una docena de jinetes salieron a galope y sable en mano a través de nuestras líneas. Nadie esperaba esa reacción cobarde, y sorprendidos, pronto consiguieron sacarnos una importante ventaja, adentrándose en un bosque cercano.

En aquel momento yo era un joven teniente que viendo aquello, sintió arder su cara de vergüenza y estupor y aunque nuestras órdenes eran capturar el estandarte costase lo que costase, giré la cabeza y vi al sargento Rustan a mi lado cargando su mosquetón, desee alcanzar a aquellos cobardes. Sin pensarlo dos veces cogí las riendas de su caballo y le ordené que me siguiese a galope tras los fugados. Aquellos hombres no debían escapar. Así no. No lo iba a permitir. Sujetando todavía sus riendas, espoleé con una rabia infinita y arrancamos a galope, persiguiendo nuestra muerte.

Nos fue fácil preparar una embosca pues nosotros conocíamos aquel bosque que hasta el final de la batalla nos había servido de escondite a las balas, que su escasa artillería, escupía sobre nosotros. La crecida del río impedía atravesarlo por aquella zona y no les quedaría más remedio que volver rivera abajo hasta un lugar donde los márgenes se estrechaban permitiendo el paso. Rustan y yo, exhaustos cruzamos el río y nos ocultamos tras unos matorrales, preparando nuestros mosquetones. Sabíamos que nos enfrentábamos a un grupo que nos aventajaba en número, pero confiábamos en el factor sorpresa. Además, aquellos cobardes no escaparían sin defenderse de la muerte.

Miré de reojo a Rustan y lo vi temblar sobre su caballo abrazado a su arma.

- Sargento. Se que nos aventajan en número, pero lucharemos hasta el último aliento de vida por nuestra patria y por la revolución. Estos cobardes no se escaparán con vida y derramaremos su sangre sobre la tierra que han traicionado. Lucharemos hasta encontrar la muerte y después continuaremos luchando todavía más.

El galope de los caballos se hacía claro sobre el agua del río. Pie en tierra, apuntamos y a una señal descargamos nuestras armas. Los tres primeros caballos cayeron de bruces fulminados como damas desmayadas dando con sus jinetes en el fondo rocoso del río. Me fue fácil terminar con sus vidas a golpe de sable, manchando la pureza del agua de aquel río que se había mantenido al margen de contiendas hasta entonces. Un cuarto jinete dejó su vida al paso, en la punta de la lanza de Rustan y yo corrí para coger mi caballo y perseguir a los que habían escapado.

Un grupo de tres jinetes huía camino arriba en dirección a una granja. Mordiéndome el labio espolee mi caballo y arranque en una vertiginosa carrera en su persecución. Uno de los jinetes entró en la granja a galope, mientras que los otros dos detenían y giraban sus caballos hacia mí, desenvainando sus sables reglamentarios. Desenvainé también mi sable y con un grito desgarrado, lancé mi caballo a galope contra el enemigo. Mi excelente montura, digna de ser la de un Khan, mantenía cada una de sus patas firmes como barras de acero. Sus músculos y tendones funcionaban como tensas cuerdas de piano y su pelo y cola, erizados como cepillo de púas, chorreaban sudor y sangre. Jinete y caballo teñidos de rojo, eran el auténtico tributo a la grandeza de la revolución y al sufrimiento de su pueblo.

Atravesé por la parte derecha de ambos asestando un mortal golpe en la hombrera y cuello al primero de mis enemigos. Su sangre calló sobre mi pecho. Apenas tuve tiempo para repeler la embestida del segundo. Nuestros sables se cruzaron estallando en el aire, mientras, nuestros caballos, inclinando la cabeza, se arremetían sabiendo llevar el paso de tan macabro baile. Cuatro golpes más me bastaron para acabar con su vida definitivamente.

Despacio y sable en mano entre en el recinto. Sabía que todavía quedaba un último enemigo. De fondo se escuchaban todavía las últimas detonaciones y yo intentaba afinar mi oído y no ser presa de una emboscada. De pronto sonó un disparo de detrás del cobertizo y una bala atravesó mi muslo. La sangre llenó mi bota y me aferre a las bridas intentando no caer. En un último arranque de furia, espolee mi caballo en una suicida carrera. Al fondo estaba el tirador de nuevo apuntándome con su segunda bala. Se escuchó un fogonazo y pude ver el humo que salía de la punta del arma. La bala se alojó en el pecho del caballo, que lanzado a la carrera no acusaba su fatal herida. Su sangre empapó mi rostro. Y yo me dispuse a terminar de un zarpazo con la vida de aquel hombre.

Una herida espantosa abrí en el pecho a mi enemigo que cayó rodando por el suelo. Mi caballo, moribundo yacía descargando sangre y vida en un terrible charco que resaltaba rojo sobre la inocente y blanca nieve. Apenas me podía sostener en pie y mis ojos cubiertos de sangre casi no me dejaban ver claro. Mi boca masticaba y saboreaba la vida marchita de todos aquellos hombres que había consumido.

Escuché un trotar a mis espaldas. Era Rustan. Había luchado como un diablo acabando valerosamente con el resto de aquellos cobardes.

- Mátelo mi teniente. Mi sable ha terminado hoy con la vida de decenas de enemigos y todavía está sediento, pero acabe de una vez con este traidor a nuestra patria.

- Apoyé mi bota sobre su pecho y con la punta del sable arranqué la capa que cubría todavía a aquel maltrecho soldado dispuesto a rematarlo. Una mortal herida mostró su pecho bajo una casaca plagada de botones, nudos y medallas. El mismísimo General yacía a mis pies moribundo. El viejo héroe de la olvidada guerra contra los Polacos agonizaba frente a mis. Suplicantes sus ojos me pedían aquel golpe que faltaba para completar la representación, pero yo no fui capaz de complacer esa súplica. Me falto el valor de terminar con su vida.

Su agonía no fue larga y murió a los pocos minutos. Mis ojos se llenaron de lágrimas y por primera vez en mi vida dudé de mi bandera, de mis ideales e incluso de mi mismo. Un dolor infinito se clavó en mi pecho hasta hoy.

Poco después perdí el conocimiento y fui rescatado por nuestros sanitarios. Lo demás ya lo conoces tu mismo.

Il’ya había permanecido en silencio escuchando la historia que su amigo relataba. Ya conocía parte de los hechos, pues el mismo había sido hace tiempo participe en la decisión y desarrollo de la posterior carrera y arrinconamiento de su amigo. La revolución tendrá su héroe y su villano también. Eso es irrenunciable, y la caballerosidad, el honor y el valor, desgraciadamente se perdieron junto a las llamas que devoró el palacio real, símbolo del absolutismo abolido. Las revoluciones tenían sus propios mártires y Aleksei había sido héroe y mártir a la vez.